Autosimilitud
       
     
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   Autosimilitud    Siempre que miramos una imagen, es decir, una superficie enmarcada que se nos propone desde el exterior y ante nosotros para ser vista o mirada, aceptamos el reto pensando que lo que miramos es otra cosa, no la imagen, sino lo que
       
     
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Autosimilitud

Solo Exhibition at RARA Space in Guatemala City on April 2018.

All the pieces are acrylic or ink on cotton paper or directly on the wall.

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   Autosimilitud    Siempre que miramos una imagen, es decir, una superficie enmarcada que se nos propone desde el exterior y ante nosotros para ser vista o mirada, aceptamos el reto pensando que lo que miramos es otra cosa, no la imagen, sino lo que
       
     

Autosimilitud

Siempre que miramos una imagen, es decir, una superficie enmarcada que se nos propone desde el exterior y ante nosotros para ser vista o mirada, aceptamos el reto pensando que lo que miramos es otra cosa, no la imagen, sino lo que la imagen representa. En toda imagen, entonces, reside un efecto, como los efectos especiales del cine, una especie de truco que nos hace no mirar lo que vemos, sino ver lo que imaginamos o lo que pensamos, quizás hasta lo que tememos o deseamos. La imagen misma se hace invisible a condición de que veamos, para que veamos lo representado. No es menuda esta paradoja de que para que podamos ver la imagen se deba hacer ella misma invisible. Sin embargo, es imposible ver lo que imaginamos o lo que pensamos, lo que tememos o deseamos, sin una imagen. Esta condición de toda representación visual, aparentemente ineludible y totalmente necesaria, sutilmente paradójica y profundamente compleja, se ha impuesto a la humanidad como un límite natural de su capacidad de representación.

Ser artista, en diferentes épocas, contextos culturales y localidades, se define comúnmente por el trabajo mismo con esos límites. Un artista puede dar uso al poder de la imagen como presencia de lo representado, a través de la imagen religiosa o de la imagen del soberano, trasladando a la imagen el poder y la acción misma de lo representado. Un artista puede provocar en el espectador sensaciones y sentimientos que condicionan sus acciones, a través de la representación de lo apetecible, agradable o detestable. Un artista puede hacernos viajar en el tiempo y el espacio proponiéndonos una ventana por la cual husmear en un acontecimiento mítico, literario o histórico. Un artista nos puede convencer y nos puede hacer dudar de cualquier convicción, a través del porcentaje de realidad que lo representado toma al volverse imagen y, por lo tanto, evidencia. Pero también, un artista puede colocarse en la posición analítica y crítica de no solo trabajar con ese límite de la representación visual, sino, más bien trabajar en el límite, devolviendo la mirada del espectador al carácter de imagen de toda imagen, antes de que llegue a ser representación. Volviendo al límite entre la imagen y lo representado entramos en un cuidadoso y delicado procedimiento de observación, ya no solo se trata de ver y mirar, sino ahora también de observar. Y el observar siempre ha estado relacionado con la superficie, con separar, con dividir, con ampliar, con aumentar, acercar y repetir minuciosamente a nivel de la superficie, a fin de cuentas, con la autosimilitud.
Pero esto no nos debe llevar al error de creer que lo superficial es lo menos importante. Entre el límite y la superficie hay una familiaridad potente. Sólo el límite, así como la superficie, pueden poner en contacto aquello que separan. Como diría el poeta Paul Valéry: “lo más profundo es la piel”.

Una de las señales más claras de estar ante un artista o una obra de arte que nos coloca en la observación, en el límite entre la imagen y lo representado, en la superficie más profunda, es el hecho de regresar a un elemento o procedimiento técnico básico y fundamental del medio artístico que se está utilizando para explotarlo al máximo de sus posibilidades. Si es la producción de imágenes se trata de la línea, el color, el encuadre y la escala. Estos son los lugares del límite en la técnica de producir imágenes.

Luciano Goizueta nos ofrece en Autosimilitud, como exposición, una serie de obras que se encuentran en el lugar mismo del límite: del límite entre la imagen y lo representado, del límite entre ver, mirar y observar, del límite entre lo superficial y lo profundo, del límite entre lo mismo y lo otro, entre el sí-mismo y lo que se ha hecho, entre forma y contenido. La línea es aquí el indicio de lo producido por el artista como trazo, pero al estar en conjunción con la ausencia de color gana una intención que relacionamos inmediatamente con el análisis, con una concentración de la atención más allá del efecto de realidad que toda imagen, decíamos, pretende. El encuadre, en lugar de ser el establecimiento de una frontera que resguarda una totalidad o una unidad, se convierte entonces en el producto de un recurso de aumento, de detalle ampliado, de acercamiento ficticio. La escala, finalmente, retoma su inestable lugar entre la deformación y la fidelidad, al darnos a ver más y al mismo tiempo siempre menos.

La autosimilitud, ahora como concepto, ha sido en la historia del arte uno de los recursos que los más grandes maestros han utilizado para no abandonar la imagen a la ensoñación representacional, a la ilusión de que estamos frente a la cosa y no frente a la imagen. Su sutileza ha ido desde la incorporación de un espejo o una desproporción en la obra, hasta la misma imposibilidad de hacer una síntesis mental del espacio representado como real. En este caso concreto nos encontramos frente a la alternativa de la representación de una

representación. Este es el procedimiento elegido por Luciano Goizueta en Autosimilitud, de modo tal que la mirada se acelera, moviéndose indecisa y alternativamente, y a una velocidad anormalmente altísima, en el límite: entre una imagen y otra; entre una obra y otra; entre el interior del cuadro y el exterior en el que nos encontramos existiendo; incluso entre otras obras del mismo autor y las que acá ahora se nos presenta; entre el mismo Luciano Goizueta tal y como está presente en sus obras y el artista de carne y hueso presente ante nosotros. En todo los casos, autosimilitud.

Hay que saber agradecer al arte y a Luciano Goizueta el recordarnos esto justamente en los tiempos que vivimos: el carácter de imagen de toda imagen. Porque en medio de ese movimiento frenético de la mirada por esta múltiple presentación de lo que puede significar el límite en las artes visuales, no nos queda otra cosa más que seguir mirando sin decidir con final autoridad en cuál de las alternativas se encuentra la realidad y en cuál su representación, en cuál el origen y en cuál el símil. La elección es nuestra, es y debe ser siempre nuestra.

Pablo Hernández Hernández

filósofo

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Autosimilitud
       
     
Autosimilitud

ink on paper | 8.5” x 12” each

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